El fin de la semana santa da comienzo a las primeras escaramuzas de la feria de Abril, o al menos eso dicen los informativos serios, lo que contribuye a darle una apariencia formal a todo esto y a que siete días o dos mil años más tarde del invento las procesiones y los pasos cobren por fin sentido dentro de un engranaje más elaborado en el que actuan como una pieza más. De esta forma Pipi Estrada, por ejemplo, puede colgar sin miedo sus disfraces de costalero y apoyarse ya a las barras de cualquier caseta a darle al cubata. Y las caravanas y la vuelta al trabajo de los que aun tienen que currar sólo parece si la miras de lejos una pequeña cortinilla que da si cabe más solución de continuidad al cachondeo, al que siga la fiesta, que esto no se acabe nunca que aquí tenemos juerga para dar y regalar.
Lo que importa es pasarlo bien y si se puede hacer caja con ello, que son dos cosas tradicionalmente unidas, mucho mejor. Después vendrá otra fiesta, un encierro, un festival de música, el ascenso a tecera del equipo del pueblo o la concentración esa de Tordesillas, Pinguinos 2007, que cierra el año con la misma devoción con la que Jesucristo cambió ayer el sepulcro por la pista de baile. Como en un pupurri en el que corre uno el riesgo de confundirse y cambiar el paso cuando toca merengue y bailar rumba cuando suena un cha-cha-cha, aquí la peña ya lleva un buen rato confundida y esta cotidianeidad festiva en la que nos movemos ha contribuido una vez más al absurdo, ahí están las pruebas, a bailar en la semana santa cuando toca la reflexión y a ponerse místico, cosa de las pastis, cuando en el Festival de los Monegros suena a las 10 de la mañana el último sucedaneo de Jeff Mills.
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