Ayer sacamos todos nuestras camisetas viejas y volvimos a donde solíamos pero peor, o sea, una sombra alargada y errante de la sombra tenebrosa y cutre de otra sombra que algún día fuimos, cuando ya corríamos con esfuerzo la banda, le pegabamos tarde, llegabamos al cruce a destiempo o sacabamos los corners como el culo. Ahora le seguimos pegando mal, pero cansamos más y bastante primero, a las cuatro carreras, que es como una plenitud más corta, no sé si más intensa (puede que la sensación de sentirse Kempes por tres o cuatro minutos sí que lo sea) pero infinitamente más efímera, como creo que le pasa a esa flor cuyas hojas se marchitan en menos de un día y de la que ahora no me acuerdo.
Yo jugaba al futbol de puta madre, la verdad. Ver en lo que me he convertido me genera un profundo desasoiego y me plantea la duda de si merece la pena someterse a esta tortura cíclica y a cambio de qué, navidad, semana santa y verano. Esto tiene que cambiar. A continuación siempre pienso eso de que el lunes me pongo a correr.
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