VIDAS DE SALDO.
Es la nueva máxima de esta sociedad individualista que simultaneamente al culto a uno mismo pone precio a todas las cosas y no sabe vivir sin saber qué vale lo que pisa, que cada cual se pone una etiqueta hecha por sí mismo y se la cuelga al cuello como si fuera un traje de marca o una sandalia de mercadillo. La vida nos pertenece y cotiza al cambio que nos da la gana, hasta ahí podíamos llegar, que si la quiero devaluar lo tengo muy fácil, me atiborro de pastillas o me cojo un vuelo a Yemen, Chechenia o cualquiera de esos destinos donde no soy yo el que decide el camino, sino un ejercito con una tanqueta apostada detrás de un matorral para recordarme que en esa tierra el que dicta las órdenes no es el gordito de la agencia sino el fúsil que tengo entre manos y que mira como tiemblo cuando fantaseo con la idea de volarte la cabeza. Bienvenido al nuevo parquet de valores. Vamos a olvidarmos de los fondos de renta fija y a pensar en algo más divertido, que justifique el viaje y luego tengas algo que contar a los colegas. Como el protagonista del último de Don De Lillo, prueba a sentir si merece la pena el riesgo. Pero no pidas la hoja de reclamaciones cuando te vengan con el sermón de turno y alguien te recuerde que ni tu vida ni las lágrimas que derraman por ti valen lo mismo.
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