sábado, 28 de julio de 2007


EL DEL CABLE.

Lo que he escrito hace una semana podría multiplicarlo por dos, dividirlo por la misma cantidad, diluirlo con una cucharada de agua y dejarlo hirviendo dos horas y el resultado seguiría siendo el mismo. Acabo de volver a ver UN LOCO A DOMICILIO diez años más tarde. Ben Stiller no es, evidentemente, John Ford o Stanley Kubrick, ni creo que sus proyectos tengan ganas de fajarse con ellos ni con nadie que pretenda aportar un poco de sentido común cuando éste ya rebosa en el cazo y estamos todos sobrados, que hay aquí para dar y regalar. Primero, Jim Carrey. Llevo demasiado tiempo buscando excusas para justificarme y perdiendo las razones que me impiden decir en público lo que otros temen descubrirse a solas en la intimidad más vergonzosa, eso mismo, que a lo mejor no es tan petardo como parece y que habrá que rascar un poco más en sus papeles para concluir que si no es mal actor su enfermedad simplemente brota de una anomalía menor, olfato para evitar los problemas. Recuerdo unas cuantas excepciones: Yo, Yo mismo e Irene, Olvídate de mí, El Show de Truman. O ésta. De acuerdo, todas tienen su receta y su explicación al dorso. Una, la genera la casualidad. Dos, la equivocación. A partir de entonces, habrá que ir pensando en compartir el tratamiento.

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