La sensación más palpable de que el mundo está loco o que algo en él no funciona desde hace tiempo como debería la percibe uno a través de esos hechos cotidianos que nos acarician de vez en cuando la cara igual que un golpe de viento un día de verano y nos hielan el cuerpo hasta los huesos de puro estremecimiento que provocan. Siempre es el recuerdo de los patrones que definen la normalidad o el grado de desproporcionalidad de las cosas los que nos alientan a pensar lo mal que estamos, que esto no ha tocado aun fondo, a preguntarnos cuántos representantes hay que encontrarse en una linea recta entre Fernando Torres y el Liverpool y a cuestionarse entre peores augurios el futuro que nos espera.
Que en Inglaterra hayan pensado en Torres para gastarse 36 millones de euros es otra parada en un itinerario temático al absurdo donde gana quien gasta más y peor, dice la burrada más gorda y prueba a ver cómo supera la tontería más grande diciendo una mayor. Media docena de representantes por el camino me dejarían más tranquilo, pensando que no todo está perdido y que aun hay rendijas para esa lógica tan pragmática que no está reñida con la sinrazón.
Torres sería un delantero cojonudo si en el futbol no hubiera porterías. Y si mi abuela tuviera ruedas a lo mejor valía bastante más que esos 36 millones de euros que alguien ha pagado por el muy cabrón.
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