Parece que hace falta que alguien te coloque la etiqueta y te haga un sitio en la estantería junto a los tornillos y las puntas para traspasar las barreras de la existencia individual y darle un sentido a tu vida. También hay quien confunde la cantidad con las churras y a ésta últimas con un pelotón desfilando al trote de marchas militares que pierde el paso cuando la banda se relaja y se acomoda al lado de los otras ovejas, queda muy poco sitio para la rebeldía y lo de la autenticidad o la trasgresión ya no se lo creen ni el Galiano que lo parió, al que acabo de ver hecho una piltrafa por la tele. Por eso sorprende aun más encontrarse con causas perdidas como ésta, la del orgullo gay, que no pasa sin el desfile, la marcha marcial y la cabra y recurre a la generalización más chunga para mostrar el curioso orgullo de pertenecer a un grupo cuya seña de identidad son los leotardos y las plumas. Uno no puede sentir alegría de pertenecer a un grupo, puede padecer cierto placer inconfesable en los momentos de debilidad, que la alegría o el orgullo deberían de ser placeres exclusivamente reservados a quien tuviera los cojones de saltarse la marcha, perder el paso y encima desafiar el temporal, poniendose el tanga de leopardo a bajo cero. Todo lo demás es miedo a que las plumas se pasen de temporada y no haya forma de enseñarlas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario