domingo, 15 de julio de 2007


NUBES Y CLAROS.

En Asturias nunca hay nubes o claros. Si algo diferencia a ésta de otras regiones es la variedad cromática a la que uno se tiene que enfrentar para adivinar con precisión el diagnóstico metereológico y montarse un plan, nubes, claros, nubes bajas o altas, niebla, neblina, cielo cubierto que amenaza lluvia, la lluvia con la que amenazaba hace diez minutos aquel cielo cubierto o el sol madrugador, orbayu, chubascos y, finalmente, y esto ya es raro, sol. Llevo años escuchando la misma letanía con amargura, vaya quince días de vacaciones, dice mi madre, la mitad del tiempo de mala ostia y la otra mitad mirando al cielo, jugando a las adivinanzas y volviendo después de recorrerte media costa cansado de no haber aprendido nada de lo que te tocó padecer tantos días de verano como éste, lleva tiempo decidirse, minimizas el riesgo ante lo que puede pasar, le echas un par y conduces como ese jugador hipotecado en apostar siempre al mismo número. Y a las dos horas, como ayer viernes, de vuelta en casa.

Este es un mensaje de socorro para los que nos piensen visitar de aquí a que se acabe el mundo, que según Al Gore o los del concierto del cambio climático no será demasiado tarde. No merece la pena.

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