DE CIENCIA Y FICCIÓN.
A diario la realidad supera la ficción y empequeñece las grandezas de los guionistas que se afanan en buscar originalidad y darle brillo al asunto, conseguirle una tía buena al más feo de la clase y un premio nobel al zoquete que apenas sabe leer o escribir. El cine imita las páginas de sucesos y en un momento de crisis tuvo que recurrir al genero de la ciencia-ficción sólo para caminar un par de sustos por delante, cansados de que para buscar entretenimiento uno tuviera que hurgar en los programas de sobremesa y alejarse de las pantallas, una tendencia impuesta por la involución de una sociedad empeñada en vivir comodamente y armarle el taco a los guionistas, perdidos en un punto de no retorno donde realidad y ficción no daban para más.
Ahora a ambas fuentes de inspiración apenas las superan el cine de efectos especiales, las recreaciones históricas y ese nuevo género bobo donde el asesino de Scream se fuma un canuto mientras habla por teléfono con su próxima victima. Nadie se estremece con el disparo de un arma, media docena de homicidios o una invasión extraterrestre a gran escala. Queda el consuelo de cogerse los VHS y aplicar el mismo rasero para entrar en la piel del padre atormentado de Poltergeist y revivir treinta años más tarde y con varios mitos desmontados por el camino aquel drama, quitarle hierro al asunto, a quién asustan ahora cuatro cadaveres vagando por un cementerio, y sobre todo, y esta es la gran pregunta, a ver si no había hoteles bastantes donde pasar la última noche y ahorrarse aquéllos sustos, el mal cuerpo del final, diez minutos de película.
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