Me pregunto si mi vida dejara huella, cómo será de profunda, cuál será la marca de mi eternidad en los años que sigan a mi muerte, si alguna compañía de discos podrá alguna vez disfrutar los beneficios de un concierto con el que se recuerde mi cincuenta cumpleaños y, sobre todo, quien tendrá los santos cojones llegado el momento de darle forma al asunto y tirar del carro, hablar con media docena de estrellas y de patrocinadores, traerse a Kiefer Sutherland en un avión privado y organizarlo todo, una vez que me dispongo a padecer en vida de la fatalidad y la decepción de no haber sabido transmitir el mismo amor a mis semejantes y las mismas ganas de vivir que dejó, por ejemplo, Diana de Galés, y que no hace falta palmarla para cerciorarse de lo evidente y anticipar el peor presagio, que me muera si sale adelante mi despedida de soltero, espero equivocarme, pedazo de cabrones, no se os puede dejar solos.
Y luego están tus hijos, claro, a los que ves desde el cielo disfrutando del show, menuda mierda. Menuda mierda de gustos, colegios de pago para esto, dando palmas con media docena de raperos, rodeados de rubias. La próxima vez que la palme no me la vuelven a colar, voy preparando la lista y a rezar porque dentro de cuarenta años sigan todos vivos, Nacho Vegas también, que ninguno se me haya adelantado.
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