UN FURGÓN DE MENTIRAS.
Uno escoje su mentira, la pone guapa, la viste, le da una ducha y la saca de compras, y cuando piensa que ya es suficiente y no queda un gramo de grasa que pulir, se arma de valor y sale con ella a la calle a ver si hay forma de pasar desapercibido. El Dioni ha tenido tiempo para pensárselo, desde antes de subirse al furgón y anticiparse un segundo a las preguntas posteriores a su detención, si a lo mejor lo hubiera hecho, que lo dudo, su avión de regreso y su puesta en libertad, y ya podía haberle dado otro aire a su historia, lejos de la premeditación, haberse dado una vuelta con ella por el gimnasio. Las mentiras conviven con las excusas y éstas últimas con las explicaciones infantiles, gilipollas o absurdas. Pero ni las mentiras dejan de serlo por parecerse a las primeras, ni uno se acostumbra a vivir con gente obcecada en pensar que su enfermedad es contagiosa y todos somos tan tontos como ellos, que no diferenciamos las unas de las otras.
Ahora ha querido sacarle el lado social al asunto y apela al sentido común y a la internacional obrera, a ver quién no ha pensado alguna vez en marcarse algo parecido. Total, estaba cansado del trabajo, se habían portado mal conmigo. Y de perdidos al monte. O a la playa, a tomarse copas, a ligar con la cartera entre los dientes. Y ya pensaré mañana lo que voy a contar cuando me pregunten, que dudo nunca que me cojan.