domingo, 20 de mayo de 2007

PROMESAS PIADOSAS.
Hay quince días cada cuatro años en los que se permiten ciertas licencias, como decir lo que a uno le sale de los cojones sin miedo a pagar después las consecuencias, y es que parece que los periodos electorales brotaran de un diagnóstico terapéutico dirigido a mentes enfermas que no se consolaran con lo primero, o sea, decir lo que a sus cojones se les ocurre o les parece más inteligente (intentando el más dificil todavía, unir cojones e inteligencia en un mismo plano espacial) y se soltaran además las cadenas en un ejercicio sano de liberalismo que además de suprimir las puertas del campo pretende relegar al limbo eso tan puñetero del precio político. Entonces te puedes echar la manta a la cabeza y prometer lo que sea con la certeza de que en unas semanas cualquiera con memoria estará más ocupado en otras cosas y que los que no tengan nada mejor que hacer que aguardar el cumplimiento de las promesas estarán buscando por sus cocinas las pastillas de distraneurine, en la duda permanente de si aquella autopista o todos aquellos millares de puestos de trabajo los prometió el calvo o el de bigote, para este año o para el siglo que viene.

Es la hora de batirse en duelo y disputarse el botín. A soltar por esas boquitas y a esperar.

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