martes, 29 de mayo de 2007

LA HORA DE VANIA.
A mi amigo el concejal, ahora en el exilio, le pasa lo que a Fran Nixon, uno quiere vivir eternamente y aspira a prolongar la felicidad un poco más que a una comida por la gorra, un par de discos o una legislatura, por favor, que no se acabe todavía, y resulta que la socialización ésta del placer ha terminado hace tiempo con las carreras dictatoriales y el abuso excesivo, el goce es cada vez más corto y la dicha efímera ha comenzado a redefinir a las personas por el arte de la resurrección, que comienza con el descenso al olvido y por ver cómo se las arregla el hijoputa aquél para salir adelante. Ya me lo podían haber dicho antes.

Nixon le cantó a Vania hace un par de años. A aquel infierno de cumpleaños, humillación pública y compasión posterior le ha seguido un purgatorio aun peor, persiguiendo la sombra de un brillo que ha tardado unos cuantos fines de semana en comprender que nunca volverá. Que aprenda de Nixon. Que mi amigo el concejal haga como éste. Y que Vania siga el ejemplo de los dos. Hay que estar muy desesperado o muy lúcido para cambiar el cachondeo por unas oposiciones a registros. A la resurección por la vía del sacrificio, hincando los codos. Que se preparen con ella.

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