Dejo Paris igual que todos los sitios a los que voy ultimamente, con la esperanza de volver pronto y el triste deseo de que sus fotos trasciendan al papel y las imágenes que ahora quedan en el ordenador lleguen a ser recuerdos que perduren en mí con más fuerza que cuando los recogí la última vez, hace de esto cinco días, que estaban hechos todos una mierda y en blanco y negro, la verdad, y no necesitaba de un examen tan severo para cerciorarme de esa curva gravitatoria con la que el tiempo hace añicos todo lo que se le ponga delante y no entiende de fotografías ni de excursiones de fin de curso. He vuelto a los mismos sitios con la sensación de no haber estado antes en ninguno. La experiencia me ha evitado de hacer colas en el Louvre, colas en la Torre, colas en Invalidos o en Notre Dame. El tiempo vence a los recuerdos y a las colas, que a lo mejor no se llevan bien con los recuerdos, pero se soportan mejor cuando uno va en grupo, tiene dieciseis o diecisiete años y aun no tiene juicio, pasta y paciencia bastante para aguantarlas. La próxima vez que vuelva a Paris seguro que recordaré este momento y buscaré otros motivos por los que arrepentirme.
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