No recuerdo haber tenido esta sensación desde hace bastantes años, creo que fue en el 96, un mes de junio por la noche, cuando hablaba de baloncesto en el Chaquetón con Alberto y me decía que San Antonio elegiría el primero en el draft, los dos estabamos seguros, a Tin Duncan, por supuesto. Tengo ansiedad por ver la final four universitaria y comprobar con mis propios ojos si Greg Oden es tan bueno como dicen y si hay en él madera para marcar una época. El baloncesto se alimenta de mitos. Duncan cambió entoncés a un equipo deshauciado y lleva ya tres anillos. Oden y Durant cargan ahora con el peso de devolver la esperanza al afortunado que se los lleve, la caravana de los reyes magos.
De aquella época en la que el draft era una verdadera lotería pesan más los petardos que la polvora, el contrato millonario de Olowakandi, Kwame Brown o Milicic que las carreras de los que verdaderamente triunfaron. Hubo unos años en los que la final four presagiaba gestas muy grandes, gente llamada a revelarse contra la inercía de las cosas y otros en los que el tiempo quitó la razón a quienes apostaron sin suerte. Y este año, con estos dos mirlos, parece que toca.
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