En una sociedad de mercado donde mandan la supervivencia y la forma de salir adelante como sea, las maneras de aliarse con el capital son infinitas y uno vende lo que puede. Puedes pasarte cincuenta años repitiendo tu tarea en la misma cadena de montaje o, si tienes impunidad para hacerlo y encima te pagan, contarle la misma historia a una cámara cincuenta veces, recordar lo grande que fuiste, tus mejores años, cómo triunfaste, te arruinaste y luego, esto a la gente le encanta, te recuperaste y saliste adelante sin importar el peso de los pufos, los cuernos y los años que la profesión y la vida te han colgado como se le coloca un yugo a un buey y éste sigue tirando.
Ya sé que lo de Concha Velasco huele y que hay motivos de sobra para que alguien con tiempo ayude a colapsar la justicia y acuda al Constitucional al amparo de los evidentes motivos discriminatorios de los que bebe y se alimenta esta mujer. Dirán que es porque no se les puede poner a todos el mismo rasero, alguna aun se merece cierto trato de favor, y que Sonia Arenas se rompa la cabeza para ingeniárselas, que hasta ahí podíamos llegar. Pero lo que yo creo es que el rasero se lo pone ella solita. Ya está bien de tanta reivindicación barata y tanta pena. Si de verdad quieren mirar hacia delante, que lo haga y nos deje a todos tranquilos, que fue hace un año cuando prometió algo parecido y ahí sigue, erre que erre, el prologo del mismo libro que no acaba de arrancar, con su enésima reinvención como mujer madura y estupenda. Pobre Paco Marso.
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