Las mismas pruebas que libran al calvete de la silla eléctrica, la caligráfica y la dactilar, (que no haya dudas de quién es el asesino) son las que valen a Zodiac para sacarle un cuerpo a cualquiera de las mamarrachadas que hoy puedes ver en cartelera y darle un corte de mangas al tribunal de los justos que todavía se piensa que influye en alguien cuando escupe su sentencia. La primera, por buscar un estilo propio que no se conforma con media docena de trajes, una de Jimmy Hendrix y esa fotografía ocre que le da un aire aun más enfermo a Robert Downey Jr., y que se vea que todo esto pasó hace unos cuantos años, que sólo son la punta del pastel de la modernidad con la que Fincher traslada al presente un escenario transgresor con treinta años de adelanto sobre la moda prevista. La segunda, por el empeño en revelar anecdótico todo lo que pudiera parecer esencial y convencernos que la identidad del asesino, sus motivos o los aclaratorios créditos finales sólo sean un pretexto después de dos horas y media para que el tinte hepático de Robert Downey Jr. se someta al servicio de una empresa mayor. Que quede claro, ésta no es otra película más sobre asesinos en serie.
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