Una mierda es lo que valen mis palabras al lado de la tristeza que ahora debe de sentir mi amigo. No hay consuelo para él y le entiendo. Sin Tanguete se le marcha un apoyo y un confidente, uno de los pocos vínculos afectivos serios que todavía le unían con aquel entorno que se dejó a la fuerza en Madrid y que apenas tiene la suerte de reencontrarse un par de veces al año, cuando le dejan, que cuando vuelve a Tanguete le han caido otras siete castañas más y siente que la frescura que le recordaba ya forma parte del mismo pasado en el que los dos dejaron hace tiempo de perseguir por las Ventas a las tías buenas que localizaban haciendo guardia en la garita, con una correa o una pelotita en la mano, gritando también el nombre de alguno de sus amigos a voz en grito. No es solo un perro. Todo eso se pierden quienes no puedan compartirlo. Lo siento, Oscar.
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