Me he pasado el día entero esperando una señal, un timbre, un roce en la piel a la altura del brazo, el careto de Fred Krugger, para constatar que era todo mentira y que aquel sueño estaba durando ya más de la cuenta posiblemente a causa de una cena pesada o de una digestión que se perdió a eso de las 2 de la mañana, como me pasa otras veces, buscando una explicación al asunto, te levantas sobresaltado en la cama y das media vuelta agarrando con fuerza la sabana, te la subes a la altura de la cabeza y respiras hondo.
A eso de las ocho de la tarde, cuando tienes la certeza de que nadie te va a despertar y de que las peores pesadillas no incluyen a Fred Krugger en su trama porque el terror se acostumbra a disfrazar bajo formas bastantes más costumbristas y en mi sueño no quedaba espacio ni presupuesto para él, entonces piensas que lo que te queda de aquí a que termine el día es el final del sueño que nunca pudiste ver, es hora de comprobar si es tan malo el final como parece y si te pierdes algo realmente o si te lo puedes ahorrar la próxima vez que la cagues, que metas la pata de esta forma y te sientas como ahora, tan jodidamente mal.
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