Me he levantado echándole un vistazo a la prensa deportiva de Barcelona, no quiero asumir riesgos innecesarios, asegurándome de que el gol de Tamudo no llegó en la prorroga de mi último sueño o que lo que escribí hace dos días no fue lastimosamente real. Aun quedaba una opción para la pesadilla, un sueño eterno de dos días que comenzara con aquella metedura de pata y terminara con una liga. Y no quiero festejar el empate del Barca como un trofeo que mi subconsciente me regala ahora que aun sigo dormido y lo puedo disfrutar después de tanto sufrimiento. Los sueños tienen esas cosas. Saben bordear el cartel de la verosimilitud sin desviarse de una ruta prevista que uno adivina, porque ni él mismo, a conciencia, la hubiera diseñado peor, con un fondo de certeza.
Ya estoy estabilizado. Dice EL MUNDO DEPORTIVO que ahora toca esperar el milagro, y como el niño perdido en el parque a quien su madre coge repentinamente del brazo y aprieta contra su falda, me siento más tranquilo. Ahora me pondré a pensar en Tamudo, en Laporta o en Van Nistelroy y le echaré un vistazo a la prensa de Madrid, un recuerdo para todos los fantasmas, van a tener que pasar unos cuantos años para volver a soñar una parecida.
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