Viendo el documental de Canal+ que recuerda los veinticinco años del mundial de España, uno tiene la obligación de volver varias veces caminando al mismo punto de penalti del Bernabeu, como Tardelli, y visualizar hasta la extenuación la misma jugada, una y otra vez, evaluando las mejores opciones y cuáles fueron los daños que se cobró en todos este tiempo aquella decisión, si debería de haberle pegado con la derecha o de rosca, devolver el balón a la banda, si volvería a tirar raso como entonces.
No hay dos jugadas parecidas ni dos opciones a las que con perspectiva haya que juzgar con la misma complaciencia o crueldad. No hay una misma selección ni todos vemos en ese reportaje los mismos rostros que recordabamos de los cromos porque entonces la memoria colectiva era una premonición de un sentimiento que todos, Marco Tardelli también, ignorabamos cuando vimos marcar a Italia el segundo y nos descojonamos de Schumacher. Estuve en las gradas de El Molinón en dos partidos. Le preguntaba a mi padre por qué gritaba aquella gente, qué era el tongo del que hablaban, si era verdad que el arbitro de la final llevaba como decía mi peluquero la camiseta de Italia debajo de su uniforme.
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