La culpa nunca es de Boyero. Dicen siempre que la culpa es huerfana pero lo que yo creo es que lo que sobran a veces son los padres que se esconden disimuladamente evitando asumir la paternidad del muerto. Y que si hubiera que pedir responsabilidades habría que ponerles a todos en fila de a uno y esperar explicaciones. A quien le coloca media docena de cámaras delante y le regala un programa. Los que le escuchan y siguen sus consejos. El abonado que le pregunta con mala leche si la verdadera tarea del crítico consiste exactamente en hacer lo que éste hace, decir que una película le llega o no le llega, simplemento éso, y quedarse tan ancho, ese abonado, tiene tanta culpa como el que espera con impaciencia su respuesta.
Y la respuesta de Boyero no es espontanea. El tío ha tenido tiempo de pensarla. Pone una cara forzada fingiendo que le coge de sorpresa el chaparrón pero todo lo tiene bien estudiado, a veces creo que es incapaz de enlazar más de dos frases o coger una idea suelta sin haberse metido previamente en el papel ingenioso que, según él, lleva ejerciendo con dignidad al menos treinta años. Pienso que Boyero podría ser buen actor. Pero ninguno de sus argumentos me vale. La necesariedad del crítico en la cadena de producción de cualquier estreno está tan justificada como la del estiercol de una plantación de pomares. Su permanencia en la cúspide periodística del país, como la de Belén Esteban o Paquirrín, es un misterio.
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