Me he comprado una camiseta de Bela Lugosi en Vaci Utca. Este sí que era hungaro. No lo son en cambio Sylvia Saint ni Lea de Mae, tengo que rectificar, que nacieron en la República Checa y tuvieron luego el santo empeño de pertenecer a esa patria universal en la que descansan las obras de arte cuando pierden de vista el cordón umbilical de sus madres y aprenden a volar solas a más de doscientos metros y pierdes de vista, que llegan incluso a confundirte. Las actrices porno, igual que los cuadros de Tita Cervera, comparten el estatuto jurídico del refugiado, ajenas a las fronteras caprichosas que el Tratado de Potsdam o cualquier otro tenga la osadia de dibujar sobre un mapa. Hace doscientos años hubieran sido hermanas todas ellas de patria, una misma bandera, Lea, Silvia o Laura Angel y Sophie Evans, a la que sus padres bautizaron como Zsofie, y que leo en el EPS que se acaba de separar de Toni Ribas. No existe inmediatez en este mundo, para el que un minuto es lo mismo o parecido que cinco años y donde nadie te pone al día de novedades como ésa, me lamento mientras asimilo la noticia. Es hungaro Bela Lugosi, adicto a la heroina. Y es hungaro, me lo van a decir, el goulash y los alabardos.
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