Hay una movida detrás de cada uno de los miles de sportinguistas que seguimos el partido del domingo. De esas que no salen en el debate de Radio-Marca ni rozan de lejos los sesudos análisis de Estudio-Estadio o el Carrusel. La historia personal no trasciende nunca a las observaciones de Roberto Gómez, se conserva con cuidado en uno mismo y no aparece, salvo muy de vez en cuando, si hace falta recordar, años más tarde de cuando la vivimos con euforia la primera vez, aquel gol de aquella tarde, te acuerdas, cuando lo pasamos tan mal. Ninguna columna recoge hoy que llegamos al campo dos horas antes, que vimos pasar el autocar del equipo tomando una cerveza o que no encontrabamos consuelo al descanso con el 0-1 en contra. Luego, el cachondeo y la fiesta. Por el medio, Dickens. Parece que Preciado quiere seguir. Estamos todos descolocados. Ninguna alegría dura lo que le va a costar al Betis recobrar el pulso. Por eso cuando se termine la euforia, que no debería de llegar muy lejos, habrá que pensar en que la temporada que viene, además de las catorce victorias, nos metan algún gol menos y no suframos hasta el final.
No hay comentarios:
Publicar un comentario