jueves, 8 de enero de 2009


HACE MUCHO TIEMPO...
Me ha parecido ver a Eloy Azorín disfrazado de caballero medieval en una promo de la tele. La cercanía que me sugieren las series y las películas españolas a veces me da risa. Las históricas, por ejemplo. Que se encuentran con el inconveniente de colocar en el reparto al vecino del quinto izquierda o al panadero de Aida y pretenden hacerte creer que cualquiera de tus contemporaneos se puede meter en ese papel que perfectamente podías haber interpretado tú mismo, por qué no, dando vida a cualquiera de tus antepasados. La furgoneta con matrícula de Burgos o el chascarrillo fácil gusta mucho a la gente, que hubo una temporada que quiso identificarse con Emilio Aragón y tirarse a su cuñada. Pero el resultado, en estos casos, la verdad es que suele acabar como el rosario de la aurora. La proximidad en la reconstrucción histórica suele ser enemigo de la veracidad y la distancia intermedia entre dos momentos cualesquiera del pasado es la misma que hay entre un militar bosnio retirado y Alatriste e inversamente proporcional al número de años. Se nos da mejor la transición o la posguerra, claro, que la revolución industrial o el reinado de Felipe II, donde cuesta más encajar a los de Animalario o buscarle a la trama su momento guarro. Eloy Azorín encaja en la función teatral de fin de curso, todos pedo disfrazados, metiéndose mano, o en la cabalgata de mi pueblo. Todo lo demás, un caballero rosacruz o el lugarteniente del Ché, es el cuento de Erase una vez el hombre.

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