Lo del Tomate es otra cosa. Sus dos últimos programas fueron un homenaje póstumo de gloria donde se procuro hacerles un sitio a casi todos. Por allí desfilaron los pelotas, los agradecidos, los damnificados que ahora respiran más tranquilos y hasta los compañeros con gana de destacar aunque sea en el cumpleaños, la boda o el entierro del vecino. Solo faltaban los jueces de este país que han alargado miserablemente la vida al asunto y han puesto en manos de otro el suministrar finalmente la cicuta. En cinco años se han reinterpretado las leyes, ya nadie tiene honor ni intimidad y ya puedes ponerle un tomate o una fresa en la cabeza del niño, que gracias a esta nueva y vanguardista justicia, llamarle hijoputa, cornudo o colgar una cámara en la ducha, un hijo secreto o esconderte debajo del colchón del prójimo (siempre que éste sea un personaje público, cuyo catalogo corresponde casualmente a los mismos jueces) te sale gratis. Preocupados en cargarle las culpas a Aznar, Rouco, el Rey o la Campanario, lo que se allí se celebraba era eso. Que en cinco años de delito continuado nadie haya terminado en la carcel, apenas media docena de condenas y a correr.
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