VAYA TELA, CATINZANO.
Todo bien por Lisboa. En los repasos siempre prevalece lo anecdótico sobre lo esencial. Lo he comprobado estos días cuando mi santa habla con sus amistades y prescinde de los detalles que aparecen en cualquier guía, la Plaza Luis de Camoes o la penúltima gárgola de Belem que me moría por fotografiar, y va directa al grano. El caso es que haciendo tiempo en el aeropuerto nos tropezamos con Camacho (el entrenador), Bernardino León (el secretario de estado de exteriores) y también con Jaime Cantizano (el presentador, dicho esto con esa mayúscula que alcance a expresar toda su grandiosidad) recien llegado de pasar una noche loca de carnavales, con unas camperas a la altura de la espinilla y unas gafas de cristal ahumado que estaban pensadas para no verle bien y que lo que conseguían, como suele pasar en estos casos, es el efecto contrario, imposible no ser visto. Estaba sentado haciendo que leía el último (eso creo) de Boris Izaguirre y tenía la piel del mismo color naranja que la de Monica Cruz. O eso, o como decía mi santa, que alguien embarcaba de los carnavales sin posarse el disfraz de Cantizano. O que dejate que sus intervenciones en el programa de los viernes, me quedaría más tranquilo, no las hace el pobre disfrazado, como todos pensabamos, el cardigan, los pantalones entallados y la americana brillante de maricón. Vaya tela, Catinzano. Eras un tío con ambiciones y te has convertido en un disfraz.
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