martes, 19 de febrero de 2008


LA VERDAD ESTABA ALLÍ AFUERA.
En ese fuego a discreción de insultos, tacos y sucesos para-escatológicos, sólo la santa inquisición o Franco le hubieran salvado el culo a Hank. Ese es el gran problema de series como éstas, que aparecen cincuenta años tarde, cuando a todo el mundo se le ha pasado la resaca y esta harto de follar y no hay droga que sin una receta no se pueda pillar en cualquier quiosco, camino del curro. Hace veinte años que la gente no se separa, ahora directamente ya evita el papeleo. El consumo de drogas y sexo se autodefine como responsable. Y ya no quedan escritores que puedan vivir sin trabajar, sin arrimar un poco el hombro, que eso de tirarse el folio está muy bien, pero sólo los fines de semana.
En este contexto, cuesta separar Californication de series históricas como Los Tudor, Roma o Cuéntame. Y la cara de David Duchovny va irremediablemente unida a la de Mulder, claro, como la decima temporada que nunca llegó, cuando el agente de FBI se pasó al burladero y empezó a utilizar el careto para ligar. Su ausencia de modernidad la suple su revisionismo histórico de una época y un lugar. Pero casi me alegro de que haya acabado. Esperando el fin, me he tragado todos sus capítulos, y sé lo que me digo.

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