SALVA TELE 5. SALVA EL MUNDO.
El grado de importancia que uno concede a cada cosa siempre es relativo. A las decisiones de Martin Johnson como seleccionador o a lo que haga la audiencia con su capa esa importancia la concede quien valora en cada momento lo que eso representa, el juego a la mano o de delantera, el botón del mando a distancia. Por eso cada vez que escucho o leo sobre Julián Muñoz me suda la polla de pensar lo que significa para mí este tío y lo que tengo que decir sobre todos los que se afanan por hacer una cruzada sobre su última entrevista. Esa que a estas alturas ni tan siquiera sé si a lo mejor ya se ha hecho o si nunca tendrá lugar. Y pienso en mi abuela, a quien seguro que le hubiera gustado pasarse la noche del sábado escuchando al chorizo que un día se creyó que su envoltorio llevaba una etiqueta negra para diferenciarlo de todos los demás chorizos. Y valoro hipotéticamente el premio de su satisfacción y le concedo mayor importancia que las bravuconadas demagógicas sobre su condición de procesado, su botín, su novia y sobre la bolsa del combate que llueven de todas partes. Porque todo me importa una mierda. Lo que cobran él y los otros y las campañas infinitas por depurar de malos humos un ambiente que sólo yo decido a mi gusto cómo hacer.
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