No me gustan los presentadores de televisión que hablan a voces, como si necesitaran gritarte para hacerse entender, te toman por sordo o por imbécil, y no te dejan ni dormirte una siesta de tres minutos tranquilo. Los que convierten cada sobremesa en una verbena de verano, se hacen pasar por monitores del inserso, terapeutas del ocio, y pretenden equiparar la edad mental de sus fieles a la de sus contenidos, como si el hecho de cantarte las noticias o destrozarte bien los tímpanos sirviera para eso, dejar bien claro de qué se trata y que no haya lugar para pensar ni un segundo lo contrario. Y es que con tanto ruido no puede uno pensar. A lo que voy. Que esta tía es un suplicio.
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