Nos gusta sentirnos engañados. Vivir eternamente en babia o fingir que nos creemos lo que a ciencia cierta hace tiempo que sabemos que no puede ser verdad. Me he hartado estos días de ver cómo se despiden jugadores y se derraman lagrimas que escenifican la emoción. Se besa el escudo y se da la vuelta de honor. Pronto se olvidan los malos sentimientos y se conviene una especie de tregua que haga más llevadero el trago y deje buen recuerdo al que se pira. Tamudo, Baraja, Joseba Etxebarria. Es lo mismo. No encuentro nada parecido en el mundo que pueda compararse ni de lejos a este derroche de cariño. Hay un comportamiento no escrito que impide rebelarse contra una de las partes del contrato, alegando antiguedad. Todos representaron mucho, de acuerdo, para quienes contribuyeron por otra parte a que durante bastantes años se ganaran bien la vida. Y yo que me lo creo.
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