Posiblemente fue la voz de mis padres la primera que escuché. La de Juan Manuel Gozalo es casi seguro una de las primeras que recuerdo. En realidad, la de mis padres y la de Gozalo compartieron el mismo espacio de la casa gran parte del tiempo, coincidiendo con la emisión de Tablero Deportivo o de Radiogaceta, y se entremezclaron durante muchos años en los que costaba separar las unas de las otras y hacer un esfuerzo por filtrarlas, en el coche camino de vacaciones, para que su crónica llegara entre las voces y las interferencias de otras emisoras limpia al oyente, después de cenar o antes de ir para la cama. Mi madre tenía mucha rabia a Gozalo. Ya está ahí otra vez, decía. Toda la vida en Radio Nacional, así es como yo lo recuerdo. Narraba los partidos con un sentido del ritmo impresionante. Analizaba la actualidad con mesura e informaba de casi todo. Los tiempos modernos le hicieron un favor porque las carencias de sus compañeros de profesión engrandecieron sus virtudes. Que eran muchas. Y su voz fuerte se hizo cada vez más baja, por culpa de un cancer y del dedo que movió el dial de la radio buscando otra emisora con la que llenar el enorme hueco que nos deja.
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