La casualidad ha colocado a Garzón junto a las víctimas de pederastia de los legionarios de Cristo en las portadas de actualidad. La sobreexposición de este hombre le hubiera permitido, en cualquier caso, personarse como actor principal en cualquiera de las causas: todo el mundo tiene un Galloper, parentesco con una víctima del franquismo cuyos restos corre prisa exhumar por si las moscas o fue sujeto pasivo o tiene relación con quien sufrió los tocamientos de los curas. O sea, que no hace falta, bien pensado, ser juez instructor en la Audiencia Nacional para chupar cámara. Otra vez Garzón en la tele. Y otra vez los curas. Se la pintan calva a Almodovar y a Juan Diego Botto, que no terminan de hacer chapas para liberar a Willy, que tienen que ponerse aprisa y corriendo a montar el equipo de emergencia para proteger a Garzón. Porque la cuestión es esa, ó Franco o yo (es decir, Garzón). Así de simple. Si no estás con el juez, es que estás con aquél. O mucho peor, que además de franquista y legionario de Cristo, resulta que también eres pederasta. Qué listo el Almodovar, qué fino hila. A mí también me gustaría atesorar el don de la justicia divina, pitar penalties en el campo, desde mi asiento, y multar a quien me adelante a más de 120. Puta mierda. Que investigue la liga del 79 y llame a declarar a Borras del Barrio. A veces recuerdo porque no merece la pena leer la prensa.
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