lunes, 26 de abril de 2010

ROCK STARS.
El dream team del integrismo islámico no tiene desperdicio. Gracias a Lawrence Wright (La torre elevada) uno se da cuenta que la fina linea que dirige aleatoriamente el progreso de las cosas hace que a veces sean detalles imperceptibles los que coloquen a una persona en la defensa del Real Madrid o tenga la fortuna de servir a la divinidad en una de esas células que tan bien se lo pasan cambiando el mundo con sus bombas. Hay una secuencia temporal en la que se suceden los acontecimientos y se presentan a los protagonistas como si fueran auténticas estrellas del rock:

- Sayid Ktub: el primero. En llegar a Estados Unidos y coscarse de los tiros. Pasó una temporada en un instituto de Colorado. La historia no aclara si le petaron el ojete en alguna de aquéllas fiestas o si conoció a Bill Murray. Pero no se le tuvo que pasar bien.
-Ayman al-Zawahiri: de clase bien. Se cansó de esperar una respuesta amable y se adelantó a buscarla. Para esta gente hablar de respuestas es cargarse una mochila con tornillos y tirarse al monte. La muestra más clara de que los estudios (el tío tenía varias carreras) y las becas ADO no sirven a veces para nada.
-Osama Bin-Laden: la madre del cordero. A su padre lo dejaron tuerto en la escuela. A ese maestro le hubiese caido hoy el pelo. Fue el decimoséptimo hijo de una dinastia formada por cincuenta y tantas mujeres y la de dios de hermanos. Mintió cuando dijo estar en Afganistan en 1.979. El resto ya es conocido.

El relato desvela los desvelos de unos cuantos bastante parecidos. Estos fueron los primeros. Como ocurre en una narración de Saviano, la yihad me confunde. Los hijos de Faysal o el colegita de Osama (Yamal Jalifa) sólo se diferencian por un nombre que 500 y pico páginas más tarde apenas eres capaz de recordar.

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