POP.
Los recuerdos que tengo del bar se quedaron todos parados en el momento en el que dejé de ir. O se solidificaron en su forma más recurrente, aquella con la que me tropecé durante esos años. Si no estás para verlo, no existe. No ocurre lo que no puedes ver y no tienes porque recordar lo que ni siquiera puede que no haya ocurrido. Todavía puedo ver los poster de Sean Connery o Audrey Hepburn en la pared de entrada y el tablón con aquellas fotos pequeñitas que estaba al pie de la barra. Había una de Bob Mould y una en la que posaba uno de los dueños con el mismo Ian Brown, supongo que al terminar el concierto que dieron The Stone Roses en Madrid en la primavera del 95. Nos subíamos a veces a un banco de madera en la esquina del fondo. Coincidía con una tía a la que veía luego en el Cine de la Caja. Dos tías de la facultad, uno con un culazo impresionante y otra con su novio, te enterabas quién tenía pareja y quien estaba allí para pillar. Tuvo que haber muchas reformas. Habrán sonado mil grupos. Muchas de aquellas tías tendrán hijos. Otros estarán muertos. Pero yo sólo recuerdo aquéllos.
Parábamos en el Movie treinta o cuarenta minutos. Solo cinco o seis años más tarde, cuando me acerqué con Pablo y Javi, pude pasar allí más tiempo, viendo circular la vida, no había mal género, escuchando a Teenage Fanclub o a Los Planetas. Enrique nunca quería parar allí. Decía que no se pillaba. Le echaba la culpa a la música y al pasillo ese tan estrecho que daba acceso a la barra y en el que se formaban aquéllas colas que le dificultaban, sentía la necesidad de explicarse, desenvolverse bien. Nunca se planteó la visita al Movie como la piedra de una negociación, pero muchas veces llegué a percibirlo así. Mierda de música, decía.
Lo descubrí de causalidad. Acababa de abrir. Una tía de la carrera a la que llamabamos Mili llevaba una pegatina de The Breeders en su carpeta. Muy típico aquellos años lo de las pegatinas. Yo llevaba forrada la mía con la portada del Dirty de Sonic Youth. Entonces la historia era montarse la idem con una foto, una camiseta o con el peinado del tío de Oasis o de Supergrass, que se podía reconocer incluso en otro tío de aquéllos que no sabíamos como se llamaba pero también paraba a veces por allí, estudiaba uno o dos cursos menos y llamabamos así, el Supergrass. Otra llevaba unas fotos de The Breeders. Había camisetas de The Stone Roses y Negu Gorriak, chandal adidas y chaquetas de lana como las de Cobain y al Movie uno asistía iluminado por el espirítu liturgico de alguna rara especie de representación.
Pedíamos las canciones. Pablo llegó a presentarse un día con el primer disco de Black Grape cuando dijeron que no lo tenían. Comprendí sus ganas de echarnos de allí a ostias. Sonaba casi siempre lo mismo, a la misma hora. Hubo canciones que descubrí tomándome un dyc-cola, muy pocas. La mayoría eran las que sonaban entonces en Discogrande, llegaban de Reading, primero, o de Benicassim. Teenage Fanclub, Suede, El Inquilino Comunista, Pixies. Apunté hace unas semanas en la página del facebook la banda sonora más habitual que todavía ahora me viene a la cabeza:
-Los Planetas: nuevas sensaciones.
-Sugar: a good idea.
-Buffalo Tom: mountains of your head.
-The Stone Roses: fools gold.
-Pulp: do you remember the first time?
Me enteré del cierre un año más tarde. Lo vi de pura casualidad en la prensa. Llevaba varios sin pasarme por allí. Decían que seguían poniendo la misma música. Creo que los listos de siempre criticaban al pincha, mola más Fleet Foxes y Devendra Banhart. Lo sé. El caso es que ya no tengo ningún interés por salir de noche y esperar a que suenen las canciones que me apetece escuchar. Para mí, pienso, que el Movie sigue abierto. O que cerró hace casi diez años, qué más da. Los recuerdos no se despiden ni tienen fecha de caducidad.