miércoles, 3 de junio de 2009

APEADERO.
El Oviedo siempre tuvo porteros demandantes de protagonismo. No sé bien por qué pero desde Viti las cosas nunca fueron igual. Viti era de los que recibía los insultos del fondo sur de El Molínón con dignidad. Y hasta para recibir hay que tener clase y decencia. Luego llegó Esteban, siempre enamorado de aquel discurso de la ambiguedad y del rollo de que yo también tengo muy buenos amigos que van a la playa en Gijón y los estertores del descenso produjeron a partir de entonces seres anónimos que reclamaban un lugar en la triste historia de esta rivalidad que pensaba que cada vez me traía más de lado. Había un tal Jonathan, que circulaba por la cuenca con un Mercedes descapotable y quería parecerse a Cañizares. Nunca más se supo de él. Y ahora Javi me habla de Aulestia. Me cuenta lo del balcón del ayuntamiento. Y me dice, echale guebos, que el tío es de Ondarroa y que para clebrarlo se fueron todos con Gabino a comer cabritu o corderu o no sé qué pollas que cocina Gabino en esa finca de Cangas de la que siempre se habla como si fuera el rancho de David Hasselhoff. Supongo que no podría imaginar un colofón más digno a este momento extasis del ascenso. Yo estaría debajo de la cama enjugando la verguenza. Estos pollos no la tienen. Son penosos. Antes había que vestirse por los pies para subir a saludar al balcón de una ayuntamiento. Ahora invitan a deshacer el mito y buscar premisas menos nobles para que todos tengan su oportunidad. Celebrar la celebración, subios a un autobús descapotable o bajar a Trubia en una gabarra y disfrutar. Algunos dan pena.

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