viernes, 12 de junio de 2009

ME LOS QUITAN DE LAS MANOS.
La carrera de Sofía Mazagatos hay que glosarla de manera delicada, como la de una estrella de cine. Tienen una cruz todos los incomprendidos que no saben lo que quieren. O todos esos otros que tardaron unas cuantas noches en descubrirlo y persiguen luego incansablemente su objetivo. Hay algo de romántico en la carrera de una miss a la que se rifan los empresarios y siempre se equivoca de lugar o se engaña y echa la culpa del engaño al constructor de turno, al amigo inocente que los presentó o a aquel cumpleaños de Ronaldo. Fue compañera de promoción de Gonzalo Miró en la escuela esa de cine que hay en Nueva York. Que debe de ser como el auto-escuela de Cuenca o parecido. Allí debió de coincidir con inmejorables proyectos talentosos de estrellas y con mentes inquietas. Se tropezo por error con un traficante de armas que tenía problemas de arritmia. Podía haber sido peor. En aquella época también estudiaban en la academia Coronado y Cañadas y alguna pegatina de operación triunfo a la que quinientas tapas de yogurt le financiaron el viaje. Fue un desatre, claro. El diploma no le ayudó a despegar y empeñada en vivir del cuento escogió mal el momento y la presa.

Y diez o quince años más tarde, la vida le da una segunda oportunidad y ella vuelve al principio. Al momento crítico en el que le toca asumir sus errores y enmendar lo andado. Reconocer que se equivocó de escuela de cine y de traficante. Y que Gonzalez de Caldas, papá, el tiempo le ha dado la razón, no era tan malo.

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