Es muy común el error de hacer responsable a la democracia de todas las desgracias y empaquetarle todos los trofeos. Todo tiene su origen en la democracia, que está detrás de todo, en sus bondades, se acostumbra a decir, igual que hay quien ve en la divinidad la fuente de todas las desgracias, una plaga de saltamontes o la luz del intermitente fundida de la semana pasada. Será porque el sistema es tan bueno que nos hace iguales y que no hay lugar para pensar algo distinto, que es democrático hacerse rico de la nada y lo contrario, el acceso a la educación y a la vivienda, y lavarnos la cara al salir de casa cada mañana para recordarnos eso, que no hay nada que recordar, que gracias al invento no hay nada más democrático que tomarse las cosas sin acritud, borrón y cuenta nueva, que todos somos iguales y al levantarnos tenemos derecho a partir de cero.
Gracias a la democracia todos podemos ser lo que queramos. Supongo. Pero hay veces en que cuesta encontrarle relación al resultado con su origen y pensar que todos seamos iguales por compartir un sistema común y olvidarnos de todo lo demás, responsabilizando al medio empleado de los fines, culpar a las carretera de los accidentes de tráfico, al banco por el descuido de sus apoderados o a la democracia de sus ministros.
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