Me ponen tristes los éxitos deportivos y me molestan las derrotas. No encuentro consuelo en el deporte, eso está claro. Será porque soy un raro, o que no hay unidad temporal más cruel con el envejecimiento ni más fiable que esos campeonatos que se consiguen con regularidad, cada cierto tiempo, y te recuerdan con clarividencia el momento al que te empujan a la fuerza para poder revivirlo. No acostumbrarse a la victoria supone siempre hacerle un hueco en el tiempo a esos momentos en los que viste a Olazabal ponerse la chaqueta verde o a Carlos Sainz petando en una curva. Un pie de foto o una breve efeméride dicen más que una tarde tomando cervezas con los amigos. Hace diez años que un español, él mismo, ganó el Master de Augusta. Lo que ha llovido desde entonces ocupa el espacio justo que le hace uno en su memoria. Y justo ahora, lo recuerdo como si fuera ahora, mira tú, otros quince, que el propio Olazabal lo hizo además por primera vez.
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