viernes, 17 de abril de 2009


LA FIDELIZACIÓN. ESA PALABRA.

He consumido en FNAC, responsablemente, casi dos mil euros en un par de años. Ese es mi error, no es mucho dinero. En mi defensa alguien debería de reconocer que lo que uno se gasta en chucherias, discos o películas, como es mi caso, tiene en cambio un coste de hombría considerable en estos tiempos que corren, donde nunca una cantidad parecida representó tanto. Que sigo comprando con regularidad esos soportes digitales por un amor infinito al arte y al consumo estúpido que me impide dejar de hacerlo. A veces es necesario saber que se puede tirar la pasta porque sí, sin razones. Y no se me ocurre caer por FNAC para adquirir en cambio equipos fotográficos o de imagen y sonido, porque esa eso otra, aun existen docenas de mercados donde esta santa cadena no puede competir.

En esos dos años he gozado de las ventajas de ser socio de la FNAC, claro. Me han regalado el porcentaje de compras transformado en puntos convertibles en dinero. Por el camino el proceso filtra siempre las pepitas más gordas y lo que llega al consumidor final es siempre una sustancia imperceptible que sólo se puede apreciar en la oscuridad, con unas gafas de 3D que curiosamente sólo se pueden adquirir en la misma cadena, y a la luz de un eclipse total que llega a la tierra cada doscientos años. Que dos años y dos mil euros, vaya, me han servido para recibir periodicamente una calderilla, cuyo saldo final, ahora lo veo, son 34 euros.

Hay cosas que no se pueden cuantificar. Eso lo saben ellos y lo sé yo. El dinero es una mierda al lado de ese amor infinito y bla,bla,bla. Los 34 euros representan, descontando los 14 euros por aquirir la tarjeta de socio que tuve entonces que pagar, tan sólo 20. Da igual. Para eso está la cultura y las otras ventajas que el socio puede sentirse honrado en disfrutar: talleres de mierda, preestrenos imposibles y doble puntuación (doble cachondeo) en adquirir productos que, puta mala suerte, nunca, nunca me interesan.

Ahora me piden otros 14 euros para renovar mi tarjeta. Y encima no me dejan disfrutar de los últimos 4 euros que acumulé en el último trimestre si antes no apoquino y sigo formando parte de este mágico club. Pues sabeis que os digo. Que os den por el culo, pero bien. Se me ocurren doscientas mil formas distintas y otros tantos lugares (donde además no tengo que soportar al entendido dependiente perillas) donde tirar la pasta. Y seguiré buscando mi sitio en el mundo. Un club que me reciba con los brazos abiertos. Uno donde haya gente como yo, hasta las pelotas de ellos, de esa pose progre de mercadillo y esa caradura que todavía lleva a su presidente en España, Enrique Martinez, vaya pelotas, a recordar hoy que los fundadores de FNAC eran dos franceses trotskistas que se echaron al mercado en 1954 y cuyos principios continuan bien vivos.

Haber empezado por ahí, hombre. Si Trotsky hubiera conocido el P2P y el streaming os iba a zurrar bien. Me piro. Me doy a la droga y que os den.

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