Todo el mundo conoce la habilidad que tiene Almodovar de convertir toda la mierda que toca en oro. Una maquina el tío, por méritos propios o por una sinergia cósmica sin precedente, que no hay material que se le resista. Pero una cosa son las habilidades propias y las aficiones para los ratos libres y otra muy distinta es lo de las ruedas de molino y esto de convertir a Ruben Ochandiano en un top model, un actor de culto o pretender que el chaval, que no tiene ninguna culpa, termine jugando de delantero centro en el Madrid o de ministro. Antes de que esto ocurra, hubo unas semanas en las que me cansé de verle en las portadas de todas las revistas, disfrazado con cuatro trapos, listo para los carnavales y para los Oscar, como si fuera, ejem, el próximo James Dean.
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