LA GUERRA DE LOS MUNDOS (y II).
Y en aquella ruta prevista todo tenía que ocurrir así. Que los debates terminaran por ser deporte olimpico y que nuestro dominio fuera hegemónico y llegara a compararse con el de hace quinientos años estaba previsto. La gente pronto dejó de charlar en los bares y se pasó a la ostia limpia en cuanto vio la posibilidad de conseguir su metal. Enric Sopena fue campeón del mundo, olímpico y premio principe de Asturias. Terminó su carrera en un equipo italiano al que emigró por la pasta, pero lejos de aquí ya nada fue lo mismo, nadie le reconoció su poder de convicción y su talante. Se crearon campeonatos regionales de debate y una liga federal. Los había de pesos medios, crucero y pesados. Y se admitía cualquier razonamiento y artimaña, menos tirar de los guebos y escupir a los ojos. En el diccionario no se eludieron responsabilidades. Ir de matanza comenzó a utilizarse como sinónimo de departir. Y la tertulia acabó por recoger como significado el arte noble de arrojarse desde un primer piso sobre la espalda del vecino, a traición. Los tertulianos superaron en fama y pasta a los gladiadores romanos. Y aunque pasaron los años, el mundo se rindió a la evidencia, nunca hubo otro como Sopena.
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