sábado, 6 de septiembre de 2008


EL TATO Y YO: GENTE DYC.
Sigo comprando discos. No me averguenza decirlo. Y no es por llevar la contraria ni por separarme involuntariamente un par de pasos del resto de la tropa, que también. Los compro porque me sale de los cojones y porque en mi cuadriculada mentalidad no he conseguido aun disociar el consumo musical del soporte que lo alimenta y dudo que a estas alturas en las que el cd vale menos que una almendra nada me vaya a hacer cambiar de opinión y pueda gozar del último de Gary Louris sin verle el careto o me permita planificar su escucha sin ordenar mentalmente las canciones o las letras. Necesito tocar lo que me gusta, el plástico o el digipack, igual que no puedo leer doscientas páginas sobre la Guerra Civil en la pantalla de un ordenador ni enchufarla contra una pared. Por eso cada vez que leo el mismo rollo de siempre, la muerte de los soportes, en boca del visionario discográfico de turno, me lo imagino luego con un sensor en la cabeza y unas gafas negras futuristas apuntando la polla hacia una botella de fanta de dos litros.
Lo de que no se vendan discos es otra cosa. Ya es una putada para el sector que aquí se combinen mágicamente las dos cosas: nadie quiere pagar un duro por algo que puede conseguir gratis. Y lo que puede conseguir gratis no le provoca el menor interés.

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