lunes, 22 de octubre de 2007

LOS TREINTA Y TANTOS.
Entre LA BUENA ESTRELLA y BIENVENIDO A CASA hay diez años de distancia y un breve sendero hacia la madurez que han obligado a David Trueba a ir separándose progresivamente de sus inquietudes de adolescencia y a llevarse a cuesta sus problemas, como el que encarga una mudanza, de la pubertad a la treintena, y replantearse objetivos: nuevos temores, nuevas inquietudes y las mismas caras de siempre para amplificar el discurso, Jorge Sanz, Ariadna Gil o Echanove. Que todos somos diez años más viejos y los problemas primero crecen y luego se transforman. Como si Jorge Sanz no tuviera bastante con mirarse al espejo y encima tuviera que contemplar como espectador su fracaso y soportar una paternidad añadida que le recuerde sus primeras películas en un tiempo pluscuamperfecto del que nadie se acuerda.

Hubo una época en la que todo eran risas y cachondeo, Bill Murray se lo pasaba pipa con los albondigas y la gente celebraba sus cumpleaños ajena a la tormenta que aun le esperaba. No sé si aquello me gustaba más. Tampoco me imaginaba que los que hacían entonces las películas fuera a contemplar el envejecimiento como una etapa del proceso de creación y a revelarse contra el paso del tiempo. Que visto así, casi prefiero a Jorge Sanz entre los albondigas y a Bill Murray tirándose el folio, cada uno a su manera.

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