Tuve que coincidir con Francisco Javier Lavandera alguna vez. En todas las pandillas hay un amigo putero que en algún momento de su trayectoria se deja caer por el Horoscopo, el club en el que aquél trabajaba entonces como guarda de seguridad, y te arrastra por allí algún sábado. Pudimos habernos cruzado la mirada, quién sabe, tomado una copa en el taburete de al lado. Con la imagen de Antonio Toro en su cabeza, demasiado preocupado. Pudo no prestar atención. Acabo de terminar su libro. Aqui hay material para un buen biopic. Porque entre otras cosas toda la trama asturiana del 11-M ha servido para colocar en circulación a un grupo de personajes sin desperdicio. Lavandera es el bueno. El dió el chivatazo que la Comandancia de la Guardia Civil y la Policia se pasaron entonces por el forro. Un tío honesto, eso parece. Habla de su vida y tiene un pasado entretenido, de esos que te alegran una tarde, con los militares, en la mina, sus años más recientes en el club. Hay capítulos más dolorosos que otros, detrás de su pluma está el brazo de Fernando Mugica, el periodista. Pero despide con amargura su historia, interrumpida por la realidad que le deja donde se termina la última página, desempleado y con el miedo en el cuerpo, viudo y con un hijo. En medio del juicio que la semana pasada aun se pregunta lo que pasaba aquellas fatídicas horas por la cabeza de Sanchez-Manzano.
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