Me he respigado viendo Once Brothers (Hermanos y Enemigos, en su traducción al español), el documental que recupera la relación entre dos jugadores yugoslavos de baloncesto, Drazen Petrovic y Vlade Divac, separados por la guerra. El tema no es nuevo. Tampoco la manera facilona de abordar el asunto. Divac tiene todo el derecho del mundo a contar la historia cómo le salga de la polla, ya que para eso alumbra la idea y pone la pasta para sacar adelante el documental y se le deben permitir las licencias innecesarias con las que se pasea por la historia. Tampoco es Michael Moore, cuidado. El caso es que dan respigos, sí. Me duele ver los pormenores de una historia que nunca imaginé y recuperar los rostros de sus protagonistas, veinte años más tarde, marcados por la huella de la desgracia y del tiempo. Eran todos muy buenísimos. La caña. Cada uno más. Croatas o serbios, da lo mismo. Nunca se habló en 1.990 del incidente de la bandera. Salen Bill Fitch o Clyde Drexler, increible. Adelman asume la responsabilidad exclusiva de los pocos minutos que Drazen disfutó en Portland y en un momento del documental, cuando pasea taciturno por Zagreb, camino a la casa de los Petrovic, un amable croata le recuerda su papel en la historia y llama carnicero a Divac. Baloncesto y política. Curioso. Y un documental para contarlo, mucho más. En la foto que descansa junto a su lápida se ve a los dos abrazados, en la celebración de las últimas canastas que compartieron bajo la misma bandera, ajenos a lo que a cada uno aun le quedaba por delante.
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