viernes, 11 de marzo de 2011

MOLINOS Y GIGANTES.
En nueve de cada diez fotos Ettore Messina aparece con gesto de enfado. De mala ostia. No sé el recuerdo que guardará el siciliano de su paso por Madrid. Pero el que nos queda a los que lo esperabamos durante tantos años con tanta gana y asistimos atonitos a la noticia de su dimisión y le vemos ahora marchar, entre cuatro excusas de mierda, como si nada, es parecido. De bronca permanente. Contra los jugadores, sus incomprensibles decisiones y contra el mundo. Ha pasado ya una semana desde que saltó la noticia. Desde entonces, muchas ocurrencias y comentarios interesados. Lo de siempre: los que antes le daban caña en la prensa ahora buscan culpables a su marcha. Y los que lo mismo, pero al contrario, pues eso, que el ciclo de Messina en el Real había terminado.

Las palabras repetidas se convierten en un discurso. Desarticulado. Pero un discurso. Se habla mil veces del interés en competir y todo ese rollo y hay gente que termina creyéndoselo. Nunca se han diferenciado suficientemente bien los conceptos. Será por el dominio de la lengua que a lo mejor se debería de pedir a cualquier entrenador del Madrid, no es lo mismo ganar que competir. Ni tampoco intentarlo que conseguirlo o aparentar esfuerzos en vano por lograrlo. El Madrid ha competido siempre, hasta ahí podíamos llegar, incluso en Europa, en los peores tiempos de Imbroda y salvo puntuales excepciones, se ha medido contra cualquier equipo como le permitían las cicunstancias. En esta sección siempre hubo figuras, jugadores mediocres, tíos conflictivos, americanos de saldo y gente deprimida. Algunas veces coincidían en proporciones distintas y se ganaba una liga o te eliminaban en la ULEB sin bajarte del autobús. Cuando se viajaba por carretera, claro. Ahora es otra cosa.

Se ha multiplicado por cuatrocientos el presupuesto y se ha fichado lo que se ha querido. Esa ha sido siempre la impresión. Se descartaron jugadores. Se hicieron apuestas arriesgadas y se arruinaron las seguras hasta convertirlas en fiascos. La realidad empujó a competir, esa palabra, en una realidad alternativa por donde transitaba el Barcelona, he perdido cuenta de las palizas, y se bajó el listón para no convetir en fracaso lo que resultaba un deber inexcusable, ser segundo o llegar a un final apretado contra el Meridiano Alicante o el Blancos de Rueda para aparentar lo que durante año y medio no se consiguió, ser un buen equipo.
Los resultados no deben de impedir ver el bosque. De vaivenes. En el juego y en los despachos. Nadie se preocupó de que se pirara Maceiras. Ni dio ningún valor a la llegada de Juan Carlos Sanchez. El discurso principal, el deportivo, padeció siempre de los mismo volantazos. Se arruinaron a Velijkovic o a Kaukenas. Se precipitaron fichajes que luego se quitaron de en medio sin pudor. Lo último es lo de Garbajosa. Pero están Vidal, Bullock o Reyes, sin orden de importancia. Nadie tiene muy claro su papel en esta función y no disimula tampoco en que no pueda evitarlo.

Y ahora, qué? Se queda Molin. Dicen que todo es cuestión de pasta. Que vendrá Pepu Hernández. Y que se repetirá la misma historia porque de lo que se trata parece ser que es de eso precisamente. De cambiarlo todo para que todo siga más o menos igual y cuando llegue Messina a la Caja Mágica haya pancartas pidiendo su vuelta y alguien fantasee entonces con lo que el italiano hubiera podido hacer si le hubieran dejado, se habrá olvidado todo y ya nadie se acuerde de sus pirulas y sus desplantes. Nunca antes un entrenador había dimitido en esta sección. Ferrandiz se marchó cansado. De ganarlo todo.

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