Me mandaban a cortar el pelo justo antes de las vacaciones de navidad. Normalmente coincidía con el día de la lotería. Toni tenía aquel local lleno de participaciones. En el espejo, sobre el mostrador. La radio echaba humo aquella mañana. Lleva unas gafas de pasta oscura, nada modernas, supervivientes de un tiempo anterior al nuestro, como su pelo o su bata. Todo era antiguo en la peluquería de Toni salvo los decímos. Los había de todos los colores, los de Vizcares o los del viaje de tercero de BUP. De vez en cuando alguien abría la puerta y le hacía una broma y él le respondía, se daba la vuelta y seguía manejando las tijeras con la habilidad que solo poseen los que llevan haciendo eso unos cuantos años, veinte o más, pensaba yo,asomaba la cabeza a la calle y volvía a entrar. Recuerdo el ruido de la radio, las voces y el frío. Si cierro los ojos puedo sentir la helada en el cuello y el escozor de la colonia que me aplicaba siempre con descuido. Me miraba en el espejo y lo veía a él. Comprobando las terminaciones y resoplando.
Una vez volví a casa con flequillo porque no le supe responder a Toni como quería que me cortara el pelo. Tendría yo seis o siete años. Supongo que cuando se jubiló dejó de cortar el pelo y pudo dedicarse de lleno (como dicen ahora) al tema de la lotería. Le gustaba también el futbol y dio nombre a un club de piraguismo. Casi nada. Posiblemente murió sin ver las retransmisiones de Ana Belén Roy, sus antiguas gafas de moda o sin que le tocara el gordo. No pasa una mañana como ésta en la que no me acuerde de él.
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