sábado, 6 de marzo de 2010

SCORSESE Y DI CAPRIO: HASTA QUE LA MUERTE OS SEPARE.
Cuando Leonardo Di Caprio quiere parecer asustado frunce mucho el ceño y pone cara como de querer cagar y vencer el extreñimiento que se lo impide. Cuando quiere mostrar enfado o rabia hace una cosa parecida pero como más prolongada. Sus registros como actor tienen que ver mucho, en realidad, con las ganas de cagar, que son el impulso propulsor más grande, el suyo y el del público que lo padece, que le empuja a dar vida a cualquier papel. De acuerdo todos. Di Caprio nunca ha sido un actor versatil. Pienso en ese gesto suyo de nuevo. Pero sus problemas como actor serían minúsuculos si su faceta interpretativa no salpicara también al campo empresarial y las consecuencias de su tenacidad por hacer películas no produjera otros efectos colaterales (mucho más fuertes que el dolor de cabeza o la risa floja), como por ejemplo, haber llevado a la ruina artística a Martin Scorsese.

La colaboración entre ambos la explican la pasta que debe de haber en juego y la senilidad de Marty, quien a su edad debería de empezar antes a pensar más en ganarse una inmortalidad digna que en llenar inutilmente los bolsillos de sus herederos. Cualquier parecido entre esto y lo que hubo entre el director y Robert de Niro, en cuyo espejo se debe de imaginar Di Caprio lo desmienten las pruebas de una relación que se mueve entre la sumisión empresarial y el maltrato artístico. No me preocuparía demasiado si no fuera porque Di Caprio aun es joven y tiene toda la vida por delante para aburrirnos. Y además porque nadie en este puto mundo parece preocupado. Ambos caminan de la mano, hacia la mierda más absoluta, donde sus papeles o sus colaboraciones con Scorsese ni siquiera se diferencien demasiado, esa estúpida solución de continuidad que hace que todas sus películas se vean parecidas, interpretando en todas el mismo papel, esa barba lampiña a lo Casillas, con el ceño fruncido o muy fruncido, dependiendo del estado de ánimo del figura o de sus ganas de cagar.

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