Una vez escuche una entrevista con el actor de doblaje que le ponía voz a Marlon Brando. Rogelio Hernandez se llamaba. Y hablaba de su muerte. Esta gente no esquiva la popularidad ni todas esas gaitas ni vive en un anonimato desmedido que les hace merecedores de juicios cautos ni pasa del protagonismo y los billetes esos verdes y prefiere el reconocimiento profesional de sus colegas antes que un jacuzzi en las Islas Papua o un descapotable. Como todos. Son tan humanos estos actores de doblaje que ofende escucharlos en la pantalla o en una emisoria de radio. Y jode aun más su estúpida ambición y su soberbia. Que una cosa es ponerle la voz a Brando, Nicholson y Newman. Y otras muy distinta es creerse Harper, investigador privado, empuñar la pipa en el bar, o Felson el rápido.
Me entere de la muerte de Paul Newman por la prensa. Como Rubalcaba y muchos otros. Y me dormí en el avión imaginándome la voz del hijoputa que se permitió ponerle la voz en algunas de sus mejores películas y fantaseaba ser comó él, beber su whisky, compartir cama con Joan Woodward. Su voz se va con él. Menos mal que ya solo le queda Nicholson.
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