domingo, 12 de julio de 2009

DISCO DE ORO.
Dice mi suegra con amargura que vaya pena lo de Michael Jackson, lo que debe de haber pasado este chaval para terminar de este modo, que toda la vida remando para que la procesión hacia el cielo por el mismo camino por el que antes subieron tantos santos, como Patrick Swayze en Ghost, discurra con tanta verguenza y cachondeo. Y yo creo que un tío como éste, que se ha dejado tantísima pasta en obras benéficas y deja a sus hermanos una herencia cargada de deudas, no puede ser malo. La distancia entre el artista y el ser humano que algunas veces resulta imperceptible, otras ahonda un terreno inmenso que se limita a mostrar injustamente la cara del fulano en pegatinas y en chapas pero se olvida de todo el meneo que hay detrás. El trauma infantil y los complejos posteriores. Las excentricidades que produjeron éstos. Y las consecuencias finales de aquéllas.

La novia de mi amigo quiere ir a conocer los lugares en los que Michael creció y los otros donde dio sus últimos pasos. Harán un museo, ya verás, dice aquél. Y encima llora desconsolada porque le pilló de sopresa. Y no le digo que lo que de verdad me sorprendió a mí fue ver a Hilario Pino dando la noticia en el telediario de las 3, al que ya daba por fiambre.

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